deriva

| 05 mayo 2008

Desde que partimos como seres de ciudad, aterrizados al estilo de vida condicionado que vivimos la mayoría, podemos decir que para trasladarnos de un punto a otro recorremos trayectorias que con el paso del tiempo no tienen mayores variaciones. Esta monotonía de recorrido se explica de la siguiente forma, a temprana edad vamos al colegio, en donde recorremos, durante ese porcentaje de vida, una trayectoria que comprende de la casa al centro de estudio y viceversa.
Al entrar al siguiente paso que correspondería a la universidad, se recorre el trayecto desde la casa a la facultad y viceversa.
Ya mas viejos pasamos al plano laboral en que al establecernos en un trabajo realizamos el recorrido desde la casa hasta la oficina por ejemplo.
En fin, nuestros puntos recurrentes se cuentan con los dedos de una mano...... y bueno, se entiende que es una forma triste, monótona y decadente de ver nuestras vidas, pero lamentablemente debemos reconocer que corresponde a la mayoría del tiempo, o sino, a una cifra significativa de lo que vivimos.
La monotonía en nuestros trayectos nos impiden explorar, dentro de la estructura del mapa urbano, posibles hitos y/o apariciones infraestructurales (u otras), a las que conllevan tanto el azar como el sentimiento que dicta tal momento.
El ejercicio de vagar corresponde a la acción que rompe con tal esquema de vida de rígida estructura. El plantearse un punto X y desarrollar un rumbo aleatorio que responda a las sensaciones del momento.

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En nuestro recorrido vimos un Santiago sobreviviente, malgastado con el tiempo, la arquitectura era reflejo de esta visión, la masa estructural de carcaza despedazada dejaba ver el benigno esqueleto de sus pollos o su adobe.
Nos tocó vivir la vejez de un ambiente contaminado, sobrepoblado de gritos gente y basura, que sobrevive al paso de la letanía en un respiro lento y dificultoso.



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